Los artículos anteriores permitieron comprender que la conexión entre nuestro cuerpo y nuestros pensamientos, creencias y emociones, se produce a través de la energía a distintos niveles de condensación y frecuencia. Y ello nos abre otras maneras de ver la enfermedad y en cómo sanarla. En este quinto artículo y siguientes centraremos la atención en hechos que nos amplían esta comprensión.
Un ejemplo claro de que nuestros pensamientos o emociones provocan cambios fisiológicos en nuestro cuerpo, se pone de manifiesto cuando a raiz de una pérdida vital, nos invade y sorprende algo sutil e invisible que denominamos tristeza, y que se traduce a su vez en algo tan maravilloso, visible y líquido como las lágrimas que emergen de nuestros ojos y se deslizan por nuestras mejillas. ¿Cuánta energía requiere el proceso de agrupación de ciertas moléculas de agua en nuestro cuerpo hasta la aparición de una lágrima?
El siguiente hecho muestra la influencia que nuestras creencias pueden ejercer en nuestro cuerpo La efectividad de un tratamiento suele comprobarse con dos grupos de personas. A uno se le administra el fármaco real y al otro un medicamento placebo como es una simple pastilla de azúcar. Los pacientes no saben cual de ellos reciben. Sólo cuando la proporción de personas curadas en el grupo que ha recibido el fármaco auténtico es estadísticamente mayor que en el grupo placebo, se puede concluir que el tratamiento es efectivo. En la mayoría de los estudios sucede que en el grupo placebo hay personas que se curan. Si se consigue una curación con placebo del 48% y una del 82% con el tratamiento activo, sólo el 34% se cura gracias al medicamento. Simplemente el hecho de creer en la efectividad de un tratamiento, puede provocar la curación de algunas enfermedades. Este fenómeno se denomina efecto placebo. A través, pues, de nuestros pensamientos y creencias más o menos adecuadas podemos afectar a mejor o peor la marcha de nuestras enfermedades.
Pero de la misma manera que creer en la efectividad de un tratamiento nos puede llevar a la curación, el creer lo opuesto nos puede llevar justamente a todo lo contrario. Es el caso de las personas hipocondríacas, cuya interpretación preocupada u obsesiva de algún signo o síntoma en su cuerpo suele llevarles a la convicción de que padecen una enfermedad grave y a la generación de sus síntomas somáticos reales. La aparición de éstos se denomina efecto nocebo.
Otro ejemplo de la influencia que nuestras creencias pueden ejercer sobre nuestro cuerpo es el de los embarazos psicológicos, los cuales se dan en mujeres que creen estar embarazadas sin estarlo realmente, pero los síntomas corresponden a como si lo estuvieran: el ciclo menstrual desaparece, el volumen abdominal y el peso aumentan, las glándulas mamarias secretan leche, las náuseas y vómitos tienen lugar. La infertilidad o las dificultades para desarrollar una adecuada gestación pueden llevar a la mujer a un gran deseo de ser madre. También se evoca como posible causa las emociones ocultas en ella que no han encontrado una apropiada vía de expresión.
Un aspecto maravilloso de esta interrelación creencia-cuerpo es su capacidad de focalización y puntería, es decir, su capacidad de convertir la creencia en una realidad fisiológica bien concreta y relacionada, y no en una cualquiera. Es decir, si creo que el tratamiento que sigo para la tos es efectivo, lo que terminará por desaparecer será la tos, y no el dolor de muelas que también tengo, por ejemplo.
El hacernos más conscientes de que nuestras creencias condicionan nuestra salud, nos impulsa a cuidarlas al máximo. Somos responsables de la elección de nuestras creencias. No es lo mismo creer que mi cuerpo aguanta todo lo que le eche en calidad, cantidad y hora, que creer que mi cuerpo es sensible a todo ello. Mis actos serán distintos. ¿Hasta qué punto mis creencias se basan en mi realidad, o mi realidad se basa en mis creencias? A mí me rompió mis esquemas limitados, Carmen. Después de un accidente de moto, estuvo tetraplégica un largo tiempo. Ya no lo está. Lo que para muchos es un diagnóstico irreversible, para mí ya ha dejado de serlo gracias a Carmen. Más tarde estuvo en coma varios meses. Hoy desarrolla una magnífica labor entre personas discapacitadas de una alta sensibilidad y conciencia.
Lo anterior me lleva a pulir mis conversaciones con los demás. El otro día, una madre vino a verme porque su hijo es disléxico. Yo le dije:”Su hijo no es disléxico. Sólo tiene dislexia”. El verbo “ser” se refiere a lo que es parte esencial de mi identidad, mientras que el “tener”, y también el “estar”, se refiere a algo temporal en mí, hoy sí, pero no necesariamente mañana. Es una manera de quitar hierro y reencuadrar nuestras creencias.
Carlos Surroca utiliza y aplica la Sistémica para detectar, desbloquear atascos emocionales, vencer limitaciones, esclarecer motivaciones y clarificar los caminos a seguir en su trabajo de acompañamiento individual a personas, líderes, emprendedores, empresas, empresas familiares y organizaciones, o a través de los Talleres y Seminarios de su web http://inteligenciasistemica.es
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